Mi sueño... Volar!
5.6.10
Una Reputacion...
La cortesia no es mi fuerte. En los autobuses suelo disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levante de mi asiento automaticamente, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de angel anunciador.
La dama benecifiada por ese rasgo involuntario lo agradecio con palabras tan efusivas, que atrajeron la atencion de dos o tres pasajeros. Poco despues se desocupo el asiento inmediato, y al ofrecermelo con leve y significativo ademan, el angel tuvo un hermoso gesto de alivio. Me sente alli con la esperanza de que viajaramos sin desazon alguna.
Pero ese dia me estaba destinado, misteriosamente. Subio al autobus otra mujer, sin alas aparentes. Una buena ocacion se prestaba para poner las cosas en su sitio; pero no fue aprovechada por mi. Naturalmente, yo podiapermanecer sentado, destruyendo asi el germen de una falsa reputacion. Sin emargo, debil y sintiendome ya comprometido con mi compañera, me apresure a levantarme, ofreciendo con reverencia el asiento a la recien llegada. Tal parece que nadie le habia hecho en toda su vida un homenaje parecido: llevo las cosas al extremo con sus turbadas palabras de reconocimiento.
Esta vez no fueron ya ni dos ni tres personas que aprobaron sonrientes mi cortesia. Por lo menos la mitad del pasaje pusos los ojos en mi, como diciendo: “He aquí un caballero”. Tuve la idea de abandonar el vehiculo, pero la desheche inmediatamente, sometiendome con honradez a la situacion, alimentando la esperanza de que las cosas se detuvieran alli.
Dos calles adelante bajo un pasajero. Desde el otro extremo del autobus, una señora me designo para ocupar el asiento vacio. Lo hizo con una mirada, pero tan imperiosa, porque detuvo el ademan de un individuo que se adelantaba; y tan suave, que yo atravese el camino con paso vacilante para ocupar aquel asiento un sitio de honor.
Algunos viajeron masculinos que iban de pie sonrieron con desprecio. Yo adivine su envidia, sus celos, su resentimiento, y me senti un poco angustiado. Las señoras, en cambio, parecian protegerme con su efusiva aprobacion silenciosa.
Una nueva prueba, mucho mas importante que las anteriores, me aguardaba en la esquina siguiente: subio al camion una señora con dos niños pequeños. Un angelito en brazos y otro que apenas caminaba. Obedeciando la orden unanime me levantey fui al encuentro de aquel grupo conmovedor. La señora venia complicada con dos o tres paquetes; tuvo que correr media cuandra por lo menos, y no lograba abrir su gran bolso de mano. La ayude eficazmente en todo lo posible; la desembarace de nenes y envoltorios, gestione con el chofer la exencion de pago por los niños, y la señora quedo instalada finalmente en mi asiento, que la custodia femenina habiaconservado libre de intrusos. Guarde la manita del niño mayor entre las mias.
Mis compromisos para con el pasaje habian aumentado de manera decisiva. Todos esperaban de mi cualquier cosa. Yo personificaba en aquellos momentos los ideales femeninos de la caballerosidad y de proteccion a los debiles. La responsabilidad oprimia mi cuerpo cono una coraza agobiante, yo hechaba de menos una buena tizona en el costado. Porque no dejaban de ocurrirseme cosas graves. Por ejemplo, si un pasajero se propasaba con alguna dama, cosa nada rara en los autobuses, yo debia amonestar al agresor y aun entrar en combate con el. En todo caso, las señoras parecian completamente seguras de mi s reacciones de Bayardo. Me senti al borde del drama.
En esto llegamos a la esquina en que debia bajarme. Divise mi casa como una tierra prmetida. Pero no descendi incapaz de moverme, la arrancada del autobus me dio una idea de lo que debe ser una aventura trasatlantica. Pude recobrarme rapidamente; yo no podia desertar asi como asi, defraudando a las que en mi habian depositado su seguridad, confiandome un puesto de mando. Ademas, debo confesar que me senti cohibido ante la idea de que en mi desenso pusiera en libertad impulsos hasta entonces contenidos. Si por un lado yo tenia asegurada la mayoria femenina, no estaba muy tranquilo acerca de mi reputacion entre los hombres. Al bajarme, bien podria estallar a mis espaldas la ovacion o la rechifla. Y no quise correr tal riesgo. ¿Y si aprovechando mi ausensia un resentido daba rienda suelta a su bajeza? Decidi quedarme y bajar al ultimo, en la terminal, para que todos estuvieran a salvo.
Las señoras fueron bajando de una en una en sus esquinas respectivas, con toda felicidad. El chofer ¡santo Dios! Acercaba el vehiculo junto a la acera, lo dentenia completamente y esperaba a que las damas pusieran sus dos pies en tierra firme. En el ultimo momento, vi en cada rostro un gesto de simpatia, algo asi como el esbozo de una despedida cariñosa. La señora de los niños bajo finalmente, auxiliada por mi, no sin regalarme un par de besos infantiles que todavia gravitan en mi corazon, como un remordimiento.
Descendi en una esquina desolada, casi montaraz, sin pompa ni ceremonia. En mi espiritu habia grandes reservas de heroismo sin empleo, mientras el autobus se alejaba vacio de aquella asamblea dispersa y fortuita que consagro mi reputacion de caballero. (J.J.A)
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